Un susurro a la ensoñación
"¿Qué es el arte sino el éxtasis de lo intangible?" – Crónica y Canto de un Misterio sin Forma
Por Fanny Jiménez, para la Gaceta de Estudios Herméticos.
En las reuniones más discretas de la Orden de la Llama Invisible, existe un texto que nunca se imprime en papel común ni se recita sin encender antes una vela de cera púrpura. Se dice que su origen se remonta a los scriptoria monásticos del siglo XIV, aunque algunos investigadores señalan paralelismos inquietantes con himnos druídicos aún más antiguos.
El cántico, que reproduzco aquí en su forma más completa, no es sólo poesía. Es, según los adeptos, una llave ritual para abrir la percepción hacia aquello que no puede atraparse con los sentidos. Su núcleo es la pregunta —más bien el desafío—:
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¿Qué es el arte sino el éxtasis de lo intangible?
Un suspiro que se enciende en la penumbra,
un hilo de luz que atraviesa las sombras,
la memoria de un instante que jamás ocurrió
y, sin embargo, nos hiere como verdad.
Oh, misterio sin forma,
oh, llama que no muere,
guíanos por senderos
que sólo el alma adhiere.
Es el pulso secreto de la piedra,
el temblor que el pincel no confiesa,
la palabra que, escrita, aún respira,
buscando el oído de un corazón despierto.
Oh, misterio sin forma,
oh, llama que no muere,
guíanos por senderos
que sólo el alma adhiere.
Es la música que bebe de un silencio antiguo,
la sombra que dibuja la llama,
el gesto que no se agota al repetirse
porque no vive en la carne,
sino en la bruma donde los sueños se reconocen.
Y nosotros,
pobres guardianes de lo visible,
lo perseguimos sabiendo
que nunca será nuestro,
mas en la senda de su persecución
arde la luz que absuelve nuestras sombras.
𝗙𝗮𝗻𝗻𝘆 𝗝.©️
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Cada verso actúa como una fórmula vibratoria: la repetición del estribillo, por ejemplo, marcaría un pulso rítmico que induce a una ligera disociación, favoreciendo estados alterados de consciencia.
Según documentos hallados en la abadía de Iona, este cántico se utilizaba en la ceremonia llamada Vigilia de la Bruma, durante la cual el iniciado permanecía en ayuno y silencio, frente a una antorcha que ardía en una sala cerrada. El objetivo era “contemplar lo que no tiene forma y, sin embargo, quema”.
Hoy, el poema ha encontrado un lugar discreto en círculos artísticos que buscan la intersección entre creación y magia. Pintores, poetas y músicos lo recitan antes de trabajar, como un conjuro para conectar con una fuente de inspiración que no pertenece a este mundo.
Como todo lo verdaderamente oculto, el cántico no se explica: se vive. Y, al igual que el arte mismo, no busca ser poseído, sino perseguido, sabiendo que en esa persecución arde la llama que nos justifica.
Por: Fanny Jimenez