“El día deja de repetirse cuando miras con los ojos de quien ya es libre.”
Cada amanecer nos encuentra en el mismo gesto.
El reloj marca las horas con la precisión de un carcelero invisible,
y nosotros, sin notar las llaves en el bolsillo,
seguimos girando en círculos,
apresados en rutinas que parecen eternas.
Caminar, trabajar, cumplir, volver, dormir.
Los días se suceden como cuentas grises en un collar sin brillo.
En ese vaivén, la belleza pasa frente a nosotros
—una luz que atraviesa la ventana, el olor del pan,
el gesto amable de un desconocido—
pero el ojo cansado no la registra,
y el alma, distraída, no la bebe.
Creemos estar atrapados.
Pero las paredes que sentimos no tienen ladrillos,
los barrotes que rozan nuestros pensamientos
no son de hierro, sino de miedo y hábito.
Ahí es donde la conciencia puede mutar.
Cambiar de estado de conciencia no es evadir lo que vives,
es darte cuenta que no estás realmente atrapado en esa situación.
Los barrotes que sientes son mentales.
Y tienes el poder de salir de ahí, sin moverte físicamente.
Sólo empezando a pensar y sentir
como quien ya vive en esa nueva realidad.
Entonces, el bucle se rompe.
No porque cambien las calles,
sino porque tus pasos dejan de arrastrar cadenas.
No porque el mundo te ofrezca otro cielo,
sino porque tus ojos aprenden a verlo sin la neblina del hastío.
El verdadero cambio no suena como un portazo,
sino como un suspiro que dice: ya soy libre,
mientras afuera, aparentemente, nada ha cambiado.
Crees que repites siempre el mismo día,
pero lo que se repite no es la vida,
sino tu forma de mirarla.
Cambiar de estado de conciencia no es huir,
es descubrir que las paredes que te rodean
son solo pensamientos.
Cuando empiezas a sentir
como quien ya vive en su nueva realidad,
el bucle se rompe…
y sin moverte, eres libre.
Por: Fanny Jimenez