No es el amor líquido
En un tiempo en que el amor suele venderse como promesa de completud, como
antídoto contra la soledad o como meta obligada para sentirse alguien, hay una
forma de querer que desafía esos relatos: el amor que llega cuando ya no hace
falta.
No es el amor de las urgencias ni de los vacíos. No nace de la
necesidad de salvar ni de ser salvado. Llega cuando dos personas han aprendido
a habitarse a sí mismas, a sostenerse sin muletas emocionales, a caminar solas
con serenidad. Entonces, en medio de esa plenitud discreta, aparece otro ser
con la misma madurez, y lo que se gesta no es dependencia, sino encuentro. Se
trata de un vínculo sin hambre, pero con apetito de compartir. Sin invasión,
pero con presencia.
No busca competir con el pasado ni reparar viejas heridas:
se instala como brisa suave que no exige y, sin embargo, transforma; como una
luz que no deslumbra, pero ilumina lo esencial.
En este amor adulto no hay promesas de eternidad grabadas en piedra, sino
acuerdos de autenticidad vivida en el presente.
Dos personas que se eligen cada
día por libertad, no por miedo. Que no se confunden hasta perderse, sino que
se reconocen en el reflejo mutuo. Y desde ahí, surge el pacto silencioso que
lo sostiene todo: “Yo me cuido, tú te cuidas. Y desde ahí, nos acompañamos.”
Es un amor que no encierra, sino que abre. Que no exige renunciar a uno mismo,
sino que invita a ser más uno que nunca. Que sabe esperar, decir “no” sin
romper y “sí” sin disolverse. Un amor que no pide perfección, sino verdad.
Y
quizá ahí resida su fuerza. No en ser el amor soñado, sino en ser el amor
posible: el que no se necesita, pero se elige. El que no llena vacíos, sino
que acompaña plenitudes. El que, por no ser imprescindible, se convierte en
profundamente libre.
Porque en un mundo que tantas veces confunde amor con carencia, reconocer que
la plenitud también puede compartirse es un acto de madurez y de esperanza.
Ese es, quizá, el mayor milagro de todos: descubrir que la verdadera unión no
nace del miedo a estar solos, sino de la alegría de caminar juntos.
Por:
Fanny Jimenez





















